20 junio 2015

Zona de confort: cerrada

Que las fuerzas materiales se me hayan revelado y hayan ganado la batalla, me ha obligado a. tomar un descanso, real, de mi propia vida. Poder sobrevivir ahora con unos euros en la cartera, un movil con batería, una camiseta, un pantalon de chándal, unas sandalias y mi ropa interior que me acompaña desde ayer, es el. reto.
Lo primero es la incredulidad. Rebuscar en los bolsillos, mirar atrás, abrir bien los ojos para corroborar que las llaves no están contigo... La puerta ya está cerrada. y esta misma puerta que ahora semeja un muro, os separa. A ti y a tus llaves.
Aquí comienza el segundo escalón. La rabieta. Cual niño pequeño hiperventilas, tus ojos se encharcan de impotencia e injusticia, quieres gritar, llorar, golpear... Te maldices a ti mismo o en todo caso al gran creador y una nube negra se posa sobre ti. Ésa misma que tú has atraído con tus juramentos. Tu postura física y el gesto de tu cara se invierte y endurece.
Ahora viene el momento de la aceptación de la situación. ¿Tengo suficiente ropa como para salir a la calle? ¿Puedo vagar por las calles con estas pintas? ¿Frío? ¿Calor?
Tu salías preparada para hacer una visita rápida al super de al lado. El monedero no necesitaba ir muy lleno. Pero ahora te ves contando monedas como si no hubiera mañana. Calculas para cuantos cafés y/o trenes llegará esa calderilla.
De repente sientes que dependes completamente de esos objetos redondos. Sin ellos no podrías ir al baño, hidratarte, güarecerte del frío, coger wi-fi... La compasión, comprensión, confianza y solidaridad en nuestros días, está en peligro de extinción. Así que das gracias por haber salido con más monedas que de costumbre y el movil lleno de batería.
Hay dos opciones: quedarte al lado de la puerta cual perro abandonado o salir a la calle a riesgo de no poder volver a entrar ni siquiera en tu portal.
Pongamos que escogemos la segunda opción. Más bien porque en la primera, lo mejor que podría pasar es que te quedaras dormida y soñaras que la puerta se abre magicamente ante tus ojos.

Alguna vez has escuchado hablar de trucos magistrales para abrir puertas. Ahí subes al nivel: valentía. Consigues la fórmula con una llamada de teléfono y ahí vas, segura de ti misma al veinte duros a comprar una libreta de tapas plásticas y duras a la vez. Vas a destrozarla, y lo sabes. Pero con la esperanza de aprovecharla de alguna manera, coges la más bonita y también la más barata.
Hace tiempo que no compras libretas y el tendero ni se imagina la tortura que tienes preparada para esa inocente libreta. De la tienda ya sales en modo superheroina, portando la libreta cual arma de destruccion masiva.
Pierdes algo de tiempo, paciencia y fuerza timbrando a tus propios vecinos y contándoles tu triste historia con muchas papeletas para que te confundan con un caco o incluso con un repartidor de publicidad y te cuelguen sin mediar palabra. Convences finalmente a un alma caritativa y consigues acceder a TU portal. Te hace cierta ilusión. Por unos segundos engañas a tu cerebro y cree que todo es como siempre y tú vas a poder entrar en tu casa con normalidad. Pero en cuanto abres el ascensor, te das de bruces con la cruda realidad. Libreta rosa en mano, te pones en marcha decidida a embestir la puerta blindada de tu casa. Conoces la teoría al dedillo, pero una vez que empiezas a introducir el plástico por la ranura caes en la cuenta de que no era tan fácil como decían. Al ver que ni siquiera consigues dar el primer paso, empieza a caer la fe y te pones a pensar en toda esa gente que te podría salvar la vida. Menos mal que paraste en el súper a comprar una tableta de chocolate, porque los cigarros están dentro. Te zampas seis onzas de golpe, que te dan fuerzas para continuar con la empresa. Avanzas al siguiente paso, que es introducir el plástico profundamente por la ranura. En estos momentos, la libreta rosa está dentro de tu casa; puede oler tus plantas y disfrutar del sol que entra por tu ventana. Pero rápido la arrancas de ese bello calor del hogar para comenzar a golpearla contra la cerradura a la vez que te machacas el cuerpo contra la puerta. Comienzas a sudar y embrutecerte convencida de que lo vas a conseguir, cuando la puerta del vecino se abre. De repente te sientes un delincuente y deseas explicarte a toda costa. Pero a los vecinos parece no sorprenderles ni interesarles la escena, así que sonríes y saludas con normalidad. Cuando la puerta del ascensor se cierra vuelves a golpearte cual psicótico contra la puerta. Las fuerzas físicas decaen rápidamente y la esperanza se desvanece a la velocidad que aparecen tus moratones.
Una oportuna llamada trae de nuevo la esperanza. Un salvador está dispuesto a dejarlo todo para salvar tu vida y dignidad. Hasta dentro de tres horas nos llega el bote de rescate, así que intentas un poco más lo de la libretita, pero pronto te rindes a los caprichos del sino. No sin antes meter el hierrito de la libreta por la cerradura, a ver si consigues abrir la puerta con la famosa técnica de las pelis. Intento fallido. Bajas las escaleras derrotada por la dichosa puerta y sales a la calle con toooda la calma. El mundo y el tiempo corren diferente cuando no tienes techo. Aprovechando el buen tiempo decides ir al parque. Ahora piensas que después de este stress sufrido y del propio que nos rodea a diario en estos tiempos, quizá esta "mala suerte" haya sido una bendición. Por fin ha aparecido un momento para relajarse de verdad. Tirarse en la hierba y escuchar a los pájaros, el murmullo de personitas jugando, el viento y la hierba. No tienes nada, pero lo tienes todo. El mundo a tu alrededor y tu propia vida. Respira, estira, agradece, siente y... escribe en esa maravillosa libretita rosa. Agradécela en vez de culparla. Porque gracias a ella, no has podido abrir esa puerta. La puerta del stress, la zona de confort y la rutina.
Hoy, los astros con su generoso plan, te han hecho libre.